La mente de Samuel Giraldo regresa constantemente al 14 de noviembre de 2020, pero no para recordar el instante en que fue atacado durante la marcha junto a otros manifestantes. Lo que Samuel busca comprender es cómo se recordará ese día en la historia del país. ¿Qué significó esa fecha para los miles de jóvenes que salieron a marchar? ¿Para los políticos? ¿Para la democracia? Sus pensamientos aún están “revoloteados”, dice, pero de algo sí está seguro: salir a marchar fue lo correcto. Y volvería a hacerlo otra vez, a pesar de todo por lo que ha pasado este último año.
A Samuel le lanzaron una bomba lacrimógena en la pierna, lo que le ocasionó una fractura abierta en la tibia. “Crujió. Sonó como si estuvieras pisando cereal”, recuerda. Le tuvieron que poner una barra de titanio dentro del hueso y cuatro clavos para sujetarla. Para él, fue una temporada durísima. Era un estudiante de primer año de la Escuela Nacional Superior de Ballet y, a causa de la lesión, se vio obligado a paralizar sus estudios, dejar sus trabajos de fin de semana y mudarse otra vez con sus padres. “Me llegó a afectar demasiado. Tuve un retroceso en cuanto a mis proyectos y tuve episodios de tristeza y ansiedad”, cuenta.
Meses antes de las marchas, Samuel se había mudado con un par de amigos a un departamento en Los Olivos y comenzaba a asumir una vida independiente. Pero cuando fue dado de alta, luego de la operación, no podía ni pararse con las muletas. Sus padres lo llevaron de vuelta a su casa. Poco tiempo después, decidieron que era mejor que fuera a Huancaya, donde otros familiares tendrían más tiempo para atenderlo y ayudarlo en su recuperación. En esta ciudad, en la sierra de Lima, cansado de la burocracia para sacar una cita médica por el Seguro Integral de Salud, comenzó a atenderse con un médico particular. Samuel hizo terapia de rehabilitación en una clínica privada como varios otros heridos graves. Pudo cubrir los gastos gracias al apoyo de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. “Aunque necesitamos reparación económica, lo que yo quiero, sobre todo, es justicia”, dice.
Recién en junio, Samuel pudo dar sus primeros pasos. Desde entonces ha vuelto a ejercitarse, con dedicación pero con serenidad, para poder bailar de nuevo. Pronto se dio cuenta de que, al menos por ahora, el ballet está fuera de su alcance. Los saltos, el balance, el peso sobre solo una pierna son ejercicios para los que su cuerpo no está listo. Sin dejar que la frustración le ganara, comenzó a buscar alternativas. Se dio cuenta de que sus extremidades sí respondían con solvencia a los pasos de baile de géneros latinos como la salsa y la bachata. Entonces, decidió matricularse en una escuela cerca a su casa especializada en esta clase de música.
Samuel sabe que la carrera de un bailarín es corta. Calcula que un profesional tiene su mejor etapa aproximadamente hasta los 35 años. Por eso le pesa mucho haber perdido casi ocho meses sin poder ensayar. Pero si para algo le han servido esas interminables horas en cama, es para pensar en sus metas a futuro: el plan que se ha trazado es viajar al extranjero para estudiar, exigirse al máximo y llegar a la mitad de sus 30 años convertido en un reconocido maestro de baile.
Este tiempo en reposo también le dio la oportunidad para pensar en esa semana de noviembre. Para él, fue un momento único, en el que miles de peruanos pusieron en segundo plano sus diferencias para unirse en un solo ideal, una convicción. Al evocar esta imagen, su lesión le parece más soportable.
